La ingesta de alimentos fermentados se ha relacionado con la prevención de enfermedades cardiovasculares o metabólicas, como la diabetes, así como con la mejora del estado inmunitario o cognitivo. Los estudios científicos van aportando un mayor conocimiento sobre los mecanismos fisiológicos que subyacen a estos beneficios.
Los fermentos son productos que se han elaborado desde hace miles de años, existiendo múltiples tipos y variedades según la región, clima o cultura en la que se producen.
Los principales microorganismos responsables de su elaboración son las bacterias lácticas, aunque existen otras como Propionibacterium, Acetobacter o algunas especies de Bacillus y, por supuesto, las levaduras.
Ciertos componentes celulares de las bacterias probióticas actúan como inmunomoduladores, es decir, que promueven el ataque inmunológico en contra de células malignas o agentes patógenos. Diversos estudios han demostrado que los probióticos poseen la habilidad de activar a los macrofagos y linfocitos (células inmunitarias). Esta activación del sistema inmune también contribuye hacia la resistencia del huésped a los patógenos.
Una vez que sabemos esto, abordaremos la receta de hoy, un fermento considerado como alimento simbiótico, pues contiene bacterias buenas que ayudan a fortalecer tu microbioma intestinal y que, a la vez, contiene fibra que alimenta a las bacterias que ya se hospedan en tu intestino.
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